En uno de los pueblos del pasado, había un rey que tenía un mago. Cuando este mago llegó a la vejez, le dijo al rey: “Búscame un joven inteligente para que le enseñe mis conocimientos. Temo que pueda fallecer causando que este conocimiento (de magia) termine sin que haya nadie entre ustedes que pueda enseñarlo (a otros)”.
El rey le envió entonces un joven para que le enseñara. El joven comenzó a asistir a sus clases. En su camino hacia la casa del mago vivía un monje. En aquella época el cristianismo era la verdadera religión. Una vez, el joven se sentó en la compañía del monje y quedó impresionado con lo que decía. Por lo tanto, a partir de entonces, cada vez que iba a la casa del mago, primero visitaba al monje. Cuando llegaba tarde donde el mago, él lo castigaba y golpeaba por llegar tarde. Por lo tanto, se quejó ante el monje por el dilema que enfrentaba. El monje le dijo: “Cuando enfrentes al mago, dile: ‘Mi familia me retrasó’. Y cuando enfrentes a tu familia, dile: ‘El mago me ha retrasado’”.
Esto continuó por algún tiempo, hasta que un día se encontró con un león que bloqueaba el paso de la gente. Se dijo a sí mismo: “Hoy descubriré quién es mejor: el mago o el monje”. Entonces tomó una piedra y dijo: “Oh Al’lah, si los caminos del monje te son más amados que los del mago, mata a este animal para que la gente pueda pasar”. Luego arrojó la piedra al animal y lo mató, tras lo cual fue donde el monje y le informó de lo sucedido. El monje le dijo: “¡Oh hijo mío! Hoy eres mejor que yo, ya que has llegado a tal nivel que puedo verlo. Seguramente pasarás por pruebas. Por lo tanto, cuando te hagan la prueba, no reveles mi identidad”.
Al’lah Ta’ala también había bendecido a este joven permitiéndole curar a ciegos y leprosos, entre muchas otras enfermedades. Así, un cortesano del rey que se había quedado ciego se enteró del joven y le trajo muchos regalos. Le dijo que si logra curarlo, todos estos regalos serán suyos. El joven respondió: “Yo no curo a nadie. Sólo Al’lah es Quien cura. Si crees en Al’lah, le suplicaré a Al’lah que te cure”. Entonces el cortesano tuvo fe en Al’lah Ta’ala y Al’lah Ta’ala lo curó.
Luego, el cortesano regresó donde el rey y se sentó cerca de él según su costumbre. El rey le preguntó: “¿Quién te devolvió la vista?” Él respondió: “Mi Rab (Señor)”. El rey preguntó: “¿Tienes otro señor aparte de mí?” Él respondió: “Mi Rab y tu Rab es Al’lah”. El rey se enfureció por esto y así lo agarró y continuó torturándolo hasta que le informó sobre el joven. Cuando llevaron al joven ante el rey, este le preguntó: “¡Oh hijo mío! ¡Tu magia ha llegado a tal nivel que eres capaz de curar a los ciegos, a los leprosos, y haces tales y tales cosas! El joven respondió: “Yo no curo a nadie. Sólo Al’lah es Quien cura”. El rey entonces lo apresó también y continuó torturándolo hasta que le informó sobre el monje.
De esta manera, el monje también fue llevado ante el rey. El rey le ordenó que renunciara a su religión. Sin embargo, él se mantuvo firme y se negó a hacerlo. Por lo tanto, el rey pidió una sierra, que luego fue colocada en el centro de la cabeza del monje. Luego lo cortaron sin piedad hasta que ambas mitades de su cuerpo se desmoronaron. Posteriormente se convocó al cortesano del rey y se le ordenó: “Renuncia a tu religión”. Sin embargo, él también se negó. También le colocaron una sierra en el centro de la cabeza y lo cortaron hasta que ambas mitades de su cuerpo se desmoronaron.
Finalmente, el joven fue citado y se le ordenó renunciar a su religión. Sin embargo, al igual que sus dos compañeros, él también se negó a hacerlo. Entonces el rey lo entregó a algunos de su pueblo y les ordenó que lo llevaran a la cima de una montaña. Sus instrucciones fueron que si llegan a la cumbre y él aún no ha renunciado a su religión, lo expulsen de la montaña. Entonces partieron y lo llevaron a la cima de la montaña. El joven se volvió hacia Al’lah Ta’ala y le suplicó: “Oh Al’lah, sálvame de ellos de la forma que desees”. Al’lah Ta’ala hizo temblar la montaña y todos se cayeron, pero el joven se salvó. Luego regresó donde el rey, quien le preguntó qué había pasado con los demás. Él le respondió: “Al’lah me salvó de ellos”.
Luego el rey lo entregó a otro grupo. Les ordenó que lo llevaran en un barco y zarparan hacia el medio del océano. Si para entonces no renuncia a su religión, deberían arrojarlo al océano. Cuando este grupo partió con él, el joven se volvió hacia Al’lah Ta’ala y le imploró tal como lo había hecho antes. Al’lah Ta’ala hizo que el barco volcara y todos se ahogaron, pero el joven sobrevivió. Luego regresó donde el rey, quien le preguntó qué había pasado con los demás. Él le respondió: “Al’lah me salvó de ellos”.
El joven finalmente le dijo al rey: “Nunca podrás matarme a menos que hagas lo que te digo”. El rey le preguntó qué debía hacer. El joven le explicó: “Debes reunir a toda la gente en una llanura y colgarme de la rama de un árbol. Luego debes tomar una flecha de mi aljaba, colocarla en el centro de tu arco y decir: ‘En el nombre de Al’lah, el Rab del joven’. Entonces deberías dispararme. Si lo haces así, me matarás”.
Al no tener otra opción, el rey accedió a hacer lo que el joven le sugirió, sólo para poder matarlo, sin darse cuenta del resultado de su acción. Así reunió a todo el pueblo en un campo abierto. Luego suspendió al joven de un árbol, tomó una flecha de su aljaba, la colocó en el centro del arco y dijo: “En el nombre de Al’lah, el Rab del joven”. Luego disparó la flecha que alcanzó la sien del joven. El joven se puso la mano en la sien y falleció tal como lo había predicho. Al ver esto, la gente se dio cuenta de que la religión del joven era verdadera y proclamaron tres veces: “Creemos en el Rab del joven”.
De esta manera, el plan del rey fue contraproducente y lo que temía se hizo realidad: el pueblo había traído el Iman. El rey estaba obviamente enfurecido y ordenó que se cavaran trincheras en los caminos. Allí se encendieron fuegos. Luego ordenó a sus hombres que arrojaran al fuego a cualquiera que no renunciara a su Din. Ellos obedecieron su orden y comenzaron a arrojarlos al fuego. En su ansiedad por dar su vida por Al’lah Ta’ala, los creyentes en realidad se apresuraron a saltar al fuego. Entre ellos se encontraba una mujer que tenía un bebé. Naturalmente, se sintió abrumada por la preocupación por su hijo y, por lo tanto, dudó en intervenir. El pequeño bebé (que todavía no podía hablar) se dirigió a ella y le dijo: “¡Oh, madre mía! Ten paciencia, porque estás en la verdad”.
En referencia a estas trincheras y a los perpetradores de este crimen atroz, Al’lah Ta’ala afirma:
قُتِلَ أَصْحَٰبُ ٱلْأُخْدُودِ (٤) ٱلنَّارِ ذَاتِ ٱلْوَقُودِ (٥) إِذْ هُمْ عَلَيْهَا قُعُودٌ (٦) وَهُمْ عَلَىٰ مَا يَفْعَلُونَ بِٱلْمُؤْمِنِينَ شُهُودٌ (٧) وَمَا نَقَمُوا۟ مِنْهُمْ إِلَّآ أَن يُؤْمِنُوا۟ بِٱللَّهِ ٱلْعَزِيزِ ٱلْحَمِيدِ (٨)
“que los que arrojaron a los creyentes al foso del fuego fueron maldecidos. En el foso encendieron un fuego ardiente, y se sentaron en sus bordes para presenciar lo que cometían contra los creyentes, cuya única culpa para merecer ese castigo era creer en Dios, el Poderoso, el Loable”.
[sura Buruyy, aleya 85:4,8]
Según una narración, muchos años después, en la época de Umar (radiyal’lahu anhu), el cuerpo de este joven fue descubierto y, sorprendentemente, su dedo todavía estaba en su sien tal como estaba cuando falleció.
[Sahih Muslim #7511, Musnad Ahmad #23931 y Sunan Tirmizi #3340]
Lecciones:
- La gente de Iman (Fe) siempre ha sido y siempre será probada, perseguida y oprimida. Su único “crimen” es haber traído el Iman en Al’lah Ta’ala. Sin embargo, frente a estas pruebas, estas personas de verdadero Iman perseveran y permanecen firmes en su Iman, asegurando así el placer eterno de Al’lah Ta’ala y la bienaventuranza eterna del Yannah. Por lo tanto, aunque el sufrimiento de la unma, especialmente de nuestros hermanos en Gaza actualmente, nos duele y lastima enormemente, debemos entender que esta siempre ha sido la situación con la gente de verdadero Iman, y el resultado final definitivamente será a su favor. Si no en este mundo, definitivamente en el Más Allá.
- Exteriormente, parecía como si el joven se presentara para ser asesinado. Sin embargo, su plan era sacrificar su propia vida para guiar a miles de personas más. Exactamente como lo había planeado, Al’lah Ta’ala lo hizo suceder. A la luz de la situación actual en Gaza, diariamente decenas de personas inocentes son masacradas a sangre fría. Sin embargo, numerosos informes dan testimonio de que su sangre no fue derramada en vano. Además de ganarse su propio Yannah, su resiliencia e Iman han sido lo que podría denominarse como una de las campañas de Da’wah más grandes de la era moderna, ya que se ha convertido en un medio para que muchas personas acepten el Islam.
Este articulo fue preparado gracias a la colaboración de USWATUL MUSLIMAH.